Naufragios

Dibujo de tu voz en la orilla del sueño,
arrecifes de almohada con ese olor a costa próxima
cuando los animales echados en la cala, las criaturas de sentina
huelen la hierba y por los puentes trepa un temblor de piel y de gozosa furia.

Entonces me sucede no conocerte, abrir el ojo de esa lámpara
que rechazas cubriéndote la cara con el pelo,
te miro y ya no se
si una vez más asomas de la noche
con el dibujo exacto de esa otra noche de tu piel,
con el vientre alentando suavemente,
abandonada apenas en nuestra playa tibia
por un liviano golpe de resaca.

Te reconozco, subo por el perfume de tu pelo
hasta esa voz que nuevamente solicita, contemplamos
al mismo tiempo la doble isla en la que somos
náufragos y paisaje, pie y arena,
también tu me levantas de la nada
con el errar de la mirada por mi pecho y mi sexo,
la caricia que inventa en mi cintura su galope de potros.

En la luz eres sombra y yo soy luz, soy la luz de tu sombra
y tu echada en las algas finges la sombra de mi cuerpo,
repetimos nocturnos la aventura del sol
cuando su angosta frente hiere los pedernales y proyecta
como un fragor de hueco al otro lado, un territorio
que inútilmente embiste y ambiciona.
Oh sombra de mi luz, cómo alcanzarte,
como envainar este relámpago en tu noche!

Entonces hay un sigiloso instante
en que los ojos buscan en los ojos un vuelo de gaviotas,
algo que es suelo y señuelo, una consagración y un laberinto de murciélagos,
lo que en la oscuridad surgía como un plañer tanteando,
una piel que se enfriaba y descendía, un ritmo roto,
se vuelve convivencia, santo y seña, arranque
del viento que se estrella contra la vela blanca,
el grito del vigía nos exalta,
corremos juntos hasta que la cresta
de la ola cenital nos arrebata
en una interminable ceremonia de espumas,

y recomienzan los naufragios, la lenta natación hacia las playas,
el sueño boca abajo entre medusas muertas y cristales de sal donde arde el mundo.

Naufragios, de Julio Cortázar