¡Qué larga es la espera!, no cuento los días, probablemente no sean muchos, pero sí son muy largos o, a mí, me lo parecen.
Ver el mundo a través de los vidrios de una ventana, tener que imaginar el color del cielo; qué hay más allá de estos árboles que me impiden ver el horizonte; estar enclaustrado como un presidiario; la soledad impuesta, como impuesto es mi silencio y tener, para no rendirte, que alimentar la esperanza. Me cuesta. Sí, es un gran esfuerzo y yo ya soy débil.
Hoy una piadosa paloma ha venido a posarse en el alfeizar de mi ventana, he imaginado que venía a traerme un mensaje: “la vida sigue esperándote ahí afuera”.
La hubiera acariciado, besado… le hubiera confesado un deseo: que me llevara volando con ella, un efímero viaje, sólo hasta la ribera para poder ver el mar y coger fuerzas para seguir esperando.