Ayer estuve con unos amigos en Hernastigarrieta. Uno de ellos me aconsejó que comprara unas pastas que, según él, son muy sabrosas y baratas. Como yo soy un goloso enfermizo, le hice caso y las compré. Efectivamente eran baratas: «Son ocho euros. ¿Quiere que le ponga una bolsa? Entonces son 8,20».
Como a nuestros políticos de izquierdas, y de derechas, son nuevos conversos de esa religión a la que llaman «Ecologismo» han obligado a los tenderos a cobrarnos las bolsas de plástico, aunque todos los productos vienen envueltos en plástico, culpabilizando exclusivamente al pueblo llano del nuevo pecado llamado: utilización de plástico. Y, estos, los tenderos, hacen el agosto. Ríete tú de los bancos, las eléctricas y las gasistas: 20 céntimos de euro por una bolsa de plástico, 32 de las antiguas pesetas.
El coste de una bolsa como mínimo llega a un céntimo de euro y entre los intermediarios y el tendero han encarecido el producto más de un 2.000 por ciento. Nos escandalizamos si los tomates, o los melones o las anchoas multiplican por 2, por 5 o por 10 su precio en su recorrido hasta los supermercados. Pero de la purísimas bolsas de plástico nadie dice nada, no vaya a ser que te anatemicen y vayas al infierno.