No hace ni diez días, los agoreros de infortunios declaraban el “fin de las estaciones”. Nos condenaban a un verano perpetuo, nos mortificaban con una nueva maldición bíblica, condenándonos a una existencia en un infierno de sudores, sin aguas que aplacaran nuestra sed, sin un aire limpio con el que purificar nuestros pulmones.
Y decía que no han trascurrido ni diez días y hoy todos miramos al cielo, como esta estatua pétrea, observando el lento transcurrir de los nubarrones, las tormentas, la lluvia, el granizo y, hasta, la nieve.
Y me pregunto de dónde nos viene esta tendencia a ser tan agoreros, de verlo todo negro, la botella siempre vacía, el mal venciendo al bien; pero sobre todo me pregunto por qué somos tan vanidosos que nos creemos los amos del mundo, menospreciando el poder de la naturaleza.