La última vez que visité Galicia fue el pasado mes de diciembre. Recuerdo que entablé una amena conversación con una anciana labriega que me ofreció que probara un feijoo (en castellano creo que se denomina feijoa), un fruto de origen brasileiro que se ha adaptado bien al clima gallego. Me habló de su esposo, enfermo, anciano como ella y que no salía de la aldea porque estaba postrado en una silla de ruedas.
No sé por qué hoy me ha venido a la memoria aquella anciana que trataba de compensar su exigua pensión con la venta de los productos de su huerto. Y me pregunto que habrá sido de ella tras el paso de esta peste que se ha cebado con los ancianos. Sólo me permitió fotografiar sus manos. Fiel a sus creencias, la señora estaba convencida que una foto de su rostro era robarle parte de su vida. Espero, o más bien lo deseo, que siga viva, que pueda seguir cuidando del huerto y de su marido y pueda explicar a otros ignorantes como yo qué es un feijoo.