Esta semana un grupo de fotógrafos de la aldea nos hemos desplazado a Costa da Morte, unas pequeñas vacaciones fotográficas, captando instantáneas de sus siete faros, de su ríos de apariencia lechosa, de sus playas desiertas… pero lo que a mí más me atrae de esa zona es la familiaridad de sus gentes con la muerte.
Hay tumbas sin fallecido alguno que están decoradas con flores, precisamente, flores puestas por la persona que algún día descansará en ese nicho, los ancianos en sus paseos siempre se acercan hasta el camposanto y, de paso, aprovechan para intercambiar algunas palabras con sus familiares fallecidos y todos los cementerios están abiertos día y noche.
Me llama poderosamente la atención una tumba en el cementerio de Niñons, es de un niño que falleció hace unos ochenta años, pero que a pesar del tiempo trascurrido, hay alguien que aún lo recuerda y todas las semanas orna el cabezal con flores.
Uno de los últimos cementerios construidos es el de Dumbría, lo llaman: “cemiterio dos cores” y todas y cada una de las lápidas es de un color alegre: rojo, amarillo, verde, azul, violeta… todos los colores menos el blanco y el negro.