Y llegó fiel a su cita la coqueta Primavera, vino luciendo, como siempre, sus mejores galas, sus llamativos colores, sus luces claras, pero este año vino acompañada de uno de los jinetes del Apocalipsis: la guerra.

Y la guerra no vino sola, llegó acompañada de la pobreza, de las subidas de precios, de las huelgas, el paro, huidos… Y también trajo consigo un espejo donde se refleja nuestra hipocresía, nuestro clasismo, nuestro, digámoslo claramente: racismo.

Esta no es la única guerra, hay otras. Una de ellas: Siria, lleva años desangrándose y sus mujeres, sus niños huyendo igual que huyen las mujeres y los niños de Ucrania, pero con una gran diferencia, hasta en las guerras hay clases; a los sirios, hace sólo unos meses, en la frontera polaca, la misma que hoy nos muestran en los telediarios para que veamos lo buenos que somos y como acogemos a los perseguidos, en esa misma frontera, insisto, hace sólo unos meses, se reprimía con suma dureza a los niños y mujeres que huían de la guerra siria. Pero a quién le importan los sirios, los yemenís, los afganos, los etíopes o los de Myanmar, si no son europeos, ni blancos, ni cristianos…

Mejor miremos al mar que es más relajante, su horizonte te invita a soñar y mientras sueñas te olvidas de la realidad.