Las Lamias son entidades mitológicas casi siempre femeninas que forman parte de la cohorte de sirvientas de Mari. El imaginario vasco las confunde a veces con ninfas o brujas. Como la diosa a veces, se distinguen por la peculiaridad de poseer extremidades de animales, pata de cabra o pata de oca. Esta idea de mujeres con pies de animal, en forma de garras, de gallina o ganso se remonta al III milenio a.C. En la zona costera tienen cola de pez. Poseen, también una gran belleza, se las suele describir igualmente con una larga cabellera, por lo general rubia.
Moran en los ríos y las fuentes, donde se suelen sumergir cuando detectan presencia humana. Suelen ser amables, nobles y tienen un gran poder. A veces se dedican a hilar o cocer pan e, incluso, hacen regalos a los mortales ofreciéndoles objetos, de apariencia vulgar que, en un momento dado, pueden convertirse en oro. A quienes les dejan ofrendas por las noches las lamias les ayudan en su trabajo diario. Se cuenta también que han ayudado a los hombres en la construcción de dólmenes, crómlech y puentes.
Por el día intentan ocultarse (ya que el sol anula su poder) y por las noches salen a lavar la ropa al río, a hilar con la rueca o entonan bellas canciones con una voz suave y melodiosa mientras peinan su larga cabellera con un peine de oro. La única forma de enfurecerla es robarle su peine. Este peine viene a simbolizar su poder, y la atracción y ambición que sufren los humanos por poseerlos los ha llevado muchas veces a sufrir la ira de las lamias. Su ferocidad puede ser tremenda cuando se sienten engañadas.
Es sabido que las lamias intentan esquivar a los humanos, pero a veces se enamoran de los mortales. En ocasiones tienen hijos con humanos.