Llevo unos días exiliado en los confines del mundo, miro al horizonte y sólo veo el inmenso océano, fijo mi mirada en el cielo lloroso y sólo veo nubes negras y agua. Mucha agua, llueve todos los días. De vez en cuando y para que no olvidemos de que ya estamos en primavera, el sol nos saluda tímido, entonces aprovecho esos escasos minutos de tregua para apuntar con la cámara y disparar, quiero cazar todos los paisajes y corro como un loco de un lugar a otro. Pero al rato, vuelven a ahogarse las ilusiones y volvemos a estar cercados, asediados por el agua que viene de todas las direcciones, me refugio en mi hogar, también húmedo, me sirvo un café cargado, enciendo un pitillo y comienzo a jugar con las fotos, les amputo aquello que daña mi vista, les implanto nuevos miembros que le den regocijo al paisaje melancólico, experimento como quien navega sin rumbo con la esperanza de alcanzar una isla paradisíaca. Suelo. Despierto, miro por la ventana… sigue lloviendo.