No entra en mis rutinas acudir a iglesia alguna, salvo en algún funeral de personas a las que en vida he apreciado; sin embargo reconozco el buen gusto que siempre han tenido las religiones para construir sus templos. Ejemplos hay muchos.
En esta época en que en el arte de la arquitectura domina lo funcional y ya no se esculpen pórticos de la gloria con Danieliños sonrientes, ni reinas de Saba pechugonas que escandalicen a los nuevos obispos y exijan al maestro Mateo masectomizarla, hay que reconocer que la curia sigue exigiendo a sus arquitectos que diseñen las iglesias con buen gusto.
Esta que te muestro es una iglesia de barrio, del mío, y ayer, mientras paseaba por sus aledaños, mi mirada se acomodo en su campanario, sus grandes cristaleras, su enorme cruz y ese reloj que junto a las campanadas nos da la hora y nos llama a acudir a los rezos cada día.