Vivo en un lugar perdido, casi una aldea, donde la población envejece paulatinamente sin que nazcan niños que sustituyan a los que mueren. Y aunque dentro de unos años ya no quedará gente para contarlo, la mayoría vive ajena al mañana, gozan del día de hoy y casi todos dedican sus horas libres, que son todas, a cuidar de su huerta y sus gallinas, a pescar en su chalana o a mariscar en la bajamar.
Yo soy el único que ni tiene huerta, ni chalana, ni aprovecha la bajamar para ir a mariscar, por no tener no tengo ni perro. Ya no hablo con la gente, como no entiendo de pesca, ni agricultura, ni bricolage, dedico mis horas a patear solitario por los caminos que rodean la aldea con una cámara fotográfica colgando, como una soga, de mi cuello.
Y mis vecinos me miran extrañados, estoy convencido de que entre susurros comentan que soy un tío raro. Y me temo que tienen razón.