Ayer aparecieron dos hombres muertos en la playa de Soesto. Padre e hijo. Pescaban pulpos en su gamela y la tragedia se presentó sin llamarla, la embarcación se hundió y ellos, ya muertos, quedaron varados en la playa. Es muy duro, dramático e inhumano tener que estar agradecidos que la naturaleza haya devuelto los cuerpos para que puedan ser enterrados, después de haberlos sacrificado.
Lela, como toda la gente del mar estaba muy afectada. Me ha pedido que la acompañara a dar un paseo hasta el cabo, necesitaba hablar y, sobre todo, que la escuchasen. Me ha confesado sus inquietudes, sus temores, está preocupada pensando que sería de Pucho, su hijo, si ella naufragara y dejara su vida en el mar. Yo casi no he hablado, pero la he escuchado con suma atención. Una de las cosas que he aprendido de Khan, mi perro, es que para que una compañía sea cálida y efectiva no es necesario hablar, sino acompañarla en silencio.
La noche se nos ha echado encima y hemos tenido que llamar a Chuco para que se acercara hasta el cabo con el coche y nos llevara de nuevo al pueblo. Luego os hemos tomado un café y hemos echado una risas.