Miro estas ventanas y pienso en las personas que, como pajarillos enjaulados, vivían su fe enclaustrados tras las rejas.
Los caminos del Señor son insondables… pero, me pregunto, no es más práctico vivir entre las miserias de la gente para mejor conocerlas, para sentir empatía por su dolor o su alegría.
Decenas de ventanas enrejadas, decenas de personas enjauladas, decenas de lágrimas estériles derramadas en el silencio sepulcral de una alcoba.
Sólo esas plantas colgadas en sus macetas, que asoman tímidas entre las rejas, laten al ritmo de la naturaleza, disfrutan del sol del mediodía y se encojen con el frío de la noche, aún hay vida en las ventanas, aún hay esperanza.