Los corredores de largas distancias tienen mucho tiempo para pensar. Suelen caer en una especie de estado semihipnótico, como un vacío previo a las ideas y proclive a su nacimiento. No es la carrera en sí lo que facilita el proceso, sino la rutina, la mecánica, el abandono que conlleva.
Pero en la vida normal, en la que vamos corriendo y corriendo, nunca llegamos al abandono, siempre tenemos una meta, un fin, y otra meta y otro fin, y otra meta y otro fin. Siempre tenemos un deseo o insatisfacción que cumplir. Siempre corriendo, siempre llegando, siempre sin llegar, siempre algo más.
Y así, un Observador parado, contempla como nuestro ser interior se descompone en el tiempo mientras seguimos corriendo.