Las horas más melancólicas del día son, creo yo, las horas crepusculares, ese momento que nos anuncia la muerte del día y el comienzo de la noche negra. Al contrario de lo que percibimos en las horas del alba, la llegada de la noche despierta nuestros fantasmas más ancestrales, esos miedos congénitos que arrastramos desde la noche de los tiempos, quizás de ahí la melancolía, el deseo de compartir esos instantes con nuestros seres más amados, recogidos, íntimos.