Mañana hay un rally fotográfico en la aldea, como no tengo nada mejor que hacer, he decidido pasar la mañana paseándome entre las calles captando imágenes sobre los cinco temas que nos pongan.
Y ya metidos en gastos le he comentado a mi mujer que la invitaba a comer fuera de casa. Llamo a un restaurante para reservar una mesa, me piden el nombre y mi teléfono. No hay problema, se lo facilito. Se despiden muy amables y al minuto recibo un mensaje en mi móvil remitido por el restaurante. Me solicitan datos de mi tarjeta de crédito, invitándome a entrar en una página web que desconozco. Obviamente, siguiendo los consejos de mi banco, no he entrado en esa página, ni les he facilitado dato alguno. Me he hecho el sueco, o el sudanés, tanto da, ignorando su petición. Una hora más tarde recibo otro mensaje de restaurante. Me comunican que han anulado mi reserva. Serán impresentables estos tíos. Ellos no se fían de mí y quieren que yo me fíe de ellos. Acaso tengo yo la obligación de tener una tarjeta de crédito.
Como están cambiando las relaciones comerciales, aquello de que el cliente siempre tiene razón, ha pasado a la Historia. Ahora el cliente es el gilipollas que baila a son de la gaita del empresario. Tenemos lo que nos merecemos, imagino que una mayoría les facilitan los datos que le piden y mañana, pagaran antes de ser servidos…
Como decía el sabio Castelao Nos mean encima y tenemos que decir que llueve.