Si la muerte por sí misma ya es una putada, el que te entierren bajo la nieve y te condenen a pasar frío durante toda la eternidad tiene que ser como estar ya en el infierno, pero en lugar de fuego, el gélido hielo.
Con lo bellos que son los cementerios que miran al mar, ofrecen un descanso sosegado, tan variado como la mar, hoy temporal, mañana clama chica; no te aburres.
Meditando sobre ello, he llegado a la conclusión de que, conscientes o inconscientemente, en esta sociedad tratamos de ignorar a la muerte.
Hoy he reunido en una comida a mis hijos y ya les he dado instrucciones de dónde y cómo quiero que me entierren. Nada de cementerios masificados e impersonales, con calles para ricos y calles para pobres, quiero descansar en un pueblito marinero, donde todos los visitantes saben de quién es cada tumba y nunca te falta una flor.