Cuando era niño me llamaba la atención ver a los viejos marineros ya jubilados sentados frente al mar con la mirada perdida en el horizonte. Yo pensaba que estaría reviviendo sus nostalgias de juventud, viejas hazañas de temporales, o lejanos puertos donde dejaron anclado algún amor.
Con el tiempo yo también comencé a mirar la mar, ahora ya viejo, procuro cada día acercarme a lo ribera, sentarme y dedicar unos minutos a soñar con mi mirada perdida en el horizonte.
Y me pregunto que tendrá la mar que tanto hechiza, cuál será el secreto de su atracción, por qué tantas y tantas personas nos sentamos frente a ella y, como jóvenes enamorados, sucumbimos ante su encanto.