Hasta donde alcanza mi memoria familiar todos mis antepasados han vivido de la mar; algunos, incluso, han muerto en la mar. Y aunque no te lo creas, esa tradición familiar te marca, deja un poso inmaterial que te acompaña de por vida. Cuando miro hacia atrás recuerdo que siendo un joven inexperto, hasta deseé navegar, pero gracias a Dios mi padre me lo impidió.
Hace unos meses, lo recordarás, fue por Pascua Florida, nuestros políticos-sanitarios nos condenaron a vivir varias semanas confinados, sin salir a la calle nada más que para surtirnos de lo estrictamente necesario para sobrevivir, era cuando don Simón afirmaba en la televisión que las mascarillas NO eran necesarias. Ese encarcelamiento nos ofreció una ocasión irrepetible para reconocer nuestras debilidades; hubo quien saco sus ahorros de la libreta y los invirtió en papel higiénico; hubo otros que aún hoy les pesan las secuelas psicológicas por culpa del encierro; yo, analizando con perspectiva creo que lo que más eche en falta en esas semanas fue no poder ver el/la mar.
Como sospecho que estos inútiles demagogos van a volver a encarcelarnos, ahora que aún puedo, cada día me acerco a la ribera y paseo mis soledades por los malecones para embriagarme de ese olor salado de mar. Y cada día en mi paseo utilizo mi cámara de retratar y capto alguna imagen para atesorarla en mis archivos virtuales, así cuando llegue el aciago momento en que nos recluyan podré seguir viendo la mar.