Que nuestro mundo está cambiando lo ven hasta los ciegos. Mi vecino del segundo B, el ecologista, dice que no hay que cambiar nada, que debemos preservar el mundo para trasmitírselo a nuestros descendientes, tal y como lo encontramos cuando vinimos a él. Yo ya he desistido de tratar de convencerle que los cambios son imparables y que nadie puede revertirlos.
Cuando él nació, hace más de sesenta años, en nuestra vecindad sólo vivían vascos y gallegos, hoy convivimos gentes, además de los nativos, nacidas en China, Perú, Colombia, Ecuador, República Dominicana, Nicaragua, Marruecos y Camerún. Además en el primer piso hay una vivienda de Cruz Roja con chavales a los que llaman “Menas” que desconozco su procedencia, pero que, por el color negro de su piel, deduzco que son subsaharianos.
Lo de mi vecindad es sólo un ejemplo, pero los hay más explícitos: antaño los deportes rurales vascos eran, exclusivamente, practicados por vigorosos caseros. Aizcolaris, segalaris, trontxalaris, sokatira o harrijasotzailes han sido siempre hombres del campo y vascos. Hoy esos deportes también los ejercitan urbanitas que sólo han visto el campo en la tele y también mujeres, como vemos en la fotografía, procedentes de otros países y de todas las razas.