
El tiempo, implacable y silencioso, teje arrugas en el rostro y en el alma. Cada línea cuenta una historia: de risas, de lágrimas, de noches largas y días fugaces. Arruga la piel, sí, pero también los sueños, las ilusiones y los recuerdos.
Sin embargo, en esas grietas se esconde la esencia de lo vivido, la huella imborrable de un camino recorrido. El tiempo no arruga la vida; la moldea, la transforma y la llena de significado.