Las nieblas me recuerdan a mí. A esas dudas que nublan mi mente y esculpen mi carácter taciturno y dubitativo. A veces envidio a la gente segura, a aquellos que jamás dudan, que atesoran verdades irrefutables, a esos que llamamos dogmáticos, ortodoxos y últimamente, también, talibanes. Ellos son tantos y nosotros tan pocos. Cada vez que enchufo el televisor, o leo la prensa o, simplemente viajo en el autobús o me tomo una cerveza en la taberna de la esquina, cada vez que escucho a alguien, conocido, o no, observo cuán seguros están de todas sus afirmaciones y yo me voy encogiendo, empequeñeciendo, tratando de pasar desapercibido para no avergonzarme de tener tantas dudas en mi cabeza.