Hay quien afirma que ya no llueve como antaño. Y, quizá, tengan razón, pero yo estoy hasta los bemoles de tanta agua. He pasado unos días por Murcia y he visto los campos resecos, hoy he vuelto a la aldea y me he encontrado la huerta inundada. Los frutales se me han muerto ahogados; las gallinas en lugar de cacarear, croan como las ranas; las lechugas se han trasmutado en algas y Canelo, mi perro, ha estrenado patas palmípedas como si fuera un cisne.
Estoy sopesando en hacer las maletas e irme a vivir al desierto de Atacama que, dicen, es el más seco del mundo.