Amanece, la mañana se presenta húmeda, fría, nebulosa y con un gran temporal de mar. Los tres mosqueros, famosos en la aldea, no desean desperdiciar ni un minuto y antes de que el sol raye en el horizonte ya están en el arenal, son los primeros en llegar, quieren cabalgar las olas en solitario, antes que la marabunta les estropee la velada.
Yo, que soy un perezoso y jamás he practicado ningún deporte, pienso que esas horas tan tempranas son las mejores para permanecer gozoso en la cama. Me encanta, cuando me despierto, pasar largos minutos relajado entre las sábanas oyendo el leve tintineo de la lluvia que choca contra los cristales de mi ventana; imagino utopías y otras muchas chorradas… hoy imagino si ese tercer mosquetero, el que siempre va detrás de los otros, fuera mi perro, qué diferente sería su vida.
Pobres perros, les hurtamos la voluntad, les obligamos a aceptar la nuestra. Ya no hay perros bohemios, de aquellos que callejeaban en busca de alimento, sin amos o, como decía aquella canción de mi adolescencia: sin dioses, reyes o tribunos, eran perros como debe ser un perro, no jugaban al futbol, ni practicaban surf, ni eran, como son casi todos ahora: recogepelotas.