Me llama la atención el éxito que cosecha un moderno centro cultural de la aldea, un uso popular del que pocos centros gozan. Correteando por sus pasillos puedes encontrarte niños de todas las edades, desde los que van en cochecitos hasta los que usan ya bicicletas; obviamente los jubilados somos mayoría, pero también hay decenas de jóvenes ocupando sus bancos y dando rienda suelta a su sociabilidad electrónica por medio de su móvil, por haber, hay hasta palomas o locos que desafían la ley de la gravedad y caminan por las vigas exteriores de su cúpula. Eso sí, tienen su limitaciones, no te dejan captar imágenes si no pides, previamente, permiso. Pero hoy me he encontrado a una joven que no usaba el móvil y hablaba con alguien muy lejano: Dios. Arrodillada, sus manos entrelazadas, la mirada perdida en el horizonte, oraba con piadoso silencio.
Saltándome la norma, he sacado mi cámara de la funda y he retratado a la fiel y joven devota. Espero que sus súplicas hayan sido oídas por su Dios.