Hoy se han aliado el cambio de hora, el frío y mi endémica pereza. Me he acomodado entre las sábanas hasta bien entrado el día. He aprovechado mi tiempo, además de para descansar, para meditar un buen rato. Y mis pensamientos se han perdido en un laberinto filosófico sobre el Cosmos, el micro y el macro, sobre esos conceptos tan enigmáticos como el Universo y los posibles pluriversos, ¿Cómo entender que haya infinitos universos si mi mente no alcanza a comprender toda la complejidad del universo en el que vivo? Las nebulosas, las novas y supernovas, los pulsares, la materia negra… e infinidad de nuevos conceptos que no me enseñaron en mi bachillerato. Con tal empanada hirviendo en mi cabeza, he decido levantarme; me he acercado a la ribera de la aldea dando un paseo, mi primera sorpresa ha sido comprobar que hay mucha, muchísima gente a la que no le influye ni el cambio de hora, ni el frío, ni la pereza. La playa estaba repleta de gente que como las estrellas fugaces iban y venían de aquí para allá, sin rumbo fijo, otros que solo giraban como una estrella en torno a su caña de pescar o, como el perro, que igual que los planetas giraba en torno a su dueña; y por fin he comenzado a comprender qué es eso de los múltiples universos. Cada uno en el suyo y totalmente ajenos al resto.