Mientras media Europa se abrasa con el sol de verano y San Sebastián alcanza su temperatura máxima histórica, en este rincón del fin del mundo, raro es el día que alcanzamos los 25 grados.
Cada mañana al despertar miro tras los cristales de mi ventana hacia la ría, un día sí y otro también el sol, perezoso, se niega a despertar y las nieblas ocupan cielo y tierra y los yates fondeados tienen que esperar hasta que cerca del mediodía se despeja el cielo y, por fin, el sol nos hace un guiño.