Testigos discretos de nuestras vidas urbanas, los gorriones nos observan desde postes y balcones, como guardianes de historias silenciosas. Aletean en la brisa, llevando consigo la esencia del campo a través de las avenidas bulliciosas, recordándonos que, a pesar de la maraña de acero, la vida y la poesía persisten.
Así, los pajarillos en la ciudad, con su gracia simple y sus trinos llenos de esperanza, nos invitan a descubrir la naturaleza que se entrelaza con el paisaje urbano. En cada gorjeo, una paleta de colores sonoros se despliega en el lienzo gris, recordándonos que, incluso en la jungla de concreto, la poesía alada de los gorriones sigue fluyendo, inquebrantable como un río invisible de libertad.