Tengo un conocido que hace unos meses entró en crisis. Sufría una especie de angustia vital que le impedía ser feliz. O eso decía. Vivir en la aldea le estresaba, el trabajo le desmotivaba y su familia le asfixiaba.
Dijo que iba a cortar por lo sano y decidió irse a vivir al campo; se compro una casa antigua, una especie de pequeño castillo en medio de ninguna parte. Dijo que lo iba a ir rehabilitando poco a poco, a la vez que trabajaba la huerta y criaba unas pocas gallinas y un cerdo. Por supuesto que todo ecológico, nada de piensos ni abonos.
Este fin de semana he ido a visitarlo, me ha recibido con una enorme sonrisa, lleva ya casi un mes en su nueva casa… y, todo en ese tiempo, sólo ha hablado con la panadera que cada día le acerca el pan.
Afirma que es feliz, aunque echa de menos poder hablar con alguna persona de vez en cuando; incluso, a veces, extraña el bullicio de la aldea, los vinos que tomaba con sus colegas del trabajo y las comidas que le llevaba su madre cada semana en fiambreras (tapers) cuando iba a recoger la ropa sucia para lavársela.
No quisiera ser agorero de infortunios, pero… Veremos lo que aguanta.