Hoy celebramos el solsticio de invierno; un día clave del año en la vida de nuestros abuelos; y un día indiferente e, incluso, ignorado en la vida de nuestros nietos.
Dicen nuestros sesudos intelectuales que ahora tenemos la juventud más culta y preparada de nuestra Historia; no lo dudo, pero…
Hace unos días ejerciendo de abuelo les explicaba a mis nietos que en la casa del abuelo de su abuelo tal noche como hoy encendían la lareira y abrían todas las puertas y ventanas… no terminé de contarles la historia porque les aburría.
Curiosamente sí les apeteció salir al anochecer a ver la iluminación navideña; intenté explicarles que esas luces que lucen en escaparates, calles y fachadas son las herederas de aquellas hogueras que, en todos los pueblos, se encendían para celebrar el triunfo de la luz sobre las sombras; luz que en todas las culturas simboliza el conocimiento y sombras que simbolizan la ignorancia; hice un último intento y comencé a hablarles de Prometeo. No les interesó lo más mínimo.
Hoy paseando por la ribera de la aldea, en el arenal de la Zurriola me he fijado en estas ramas varadas… Un bello símbolo, he pensado, del devenir de la vida. Nacemos para morir y con cada muerte vamos perdiendo parte del conocimiento atesorado durante miles de años.
A quién coño le importa esa rama varada o qué representaba el solsticio en la historia de la Humanidad. Pero muchos cenaremos opíparamente, sin saber el porqué, la víspera de Navidad.