
Aún no es tiempo de primavera, pero con el cambio climático, parece que ya ha llegado.
Cuando el invierno deshace su manto de escarcha y los últimos copos de nieve se funden en risas de arroyos, la primavera nace en un suspiro de colores. Surge entre grietas en la tierra, donde brotes tímidos se estiran hacia el sol, y en las ramas desnudas que, de pronto, se visten de capullos como perlas verdes.
El aire se llena de murmullos: abejas que tejen rutas entre flores, pájaros que ensayan canciones olvidadas, y brisas que llevan el aroma a hierba recién cortada. Los días, más largos, acarician los campos hasta que el atardecer se tiñe de lavanda y oro.
Es el tiempo de los milagros cotidianos: un tulipán que rompe la tierra, una mariposa recién nacida secando sus alas al viento, niños que corren tras cometas como si persiguieran el mismo espíritu de la estación. La primavera no llega con estruendo, sino en un susurro que despierta la vida, recordándole al mundo que incluso después del frío más oscuro, la belleza siempre encuentra su camino.