Parafraseando a la Reina de la Gran Bretaña, llevo un año horrible.

Justo terminaba el invierno e iba a dar comienzo la primavera cuando nuestro polifacético ministro, el filósofo-sanitario, con esa voz de ultratumba me condenaba a un confinamiento cuaresmal; entonces el vocero del ministro: Don Simón; me decía que no era necesario usar mascarilla, que bastaba con lavarse las manos, descalzarse al entrar en casa, mantener una aconsejable distancia con tu prójimo y quedarte en casa saliendo sólo lo imprescindible para no morirte de hambre.

Lo contrario que ahora, que es obligatorio el uso de mascarilla, te puedes juntar con otros 5 más donde te dé la gana y no quiere encerrarme. Y pasó la primavera y me permitieron salir a la calle, no sé si es que mi cuerpo ya se había habituado a pasar largas horas enclaustrado, que el primer día de junio me acosté febril; al día siguiente me desperté con la misma fiebre con la que me había acostado y telefoneé al médico. Me hicieron la PCR y dio negativo. Pero la fiebre seguía a mi lado el día 3, y el 4; y el 5; y el 6; y mi médico se mosqueó y, por una vez, me dijo que quería verme. Me recetó antibióticos y me mando hacer análisis de sangre y de orina, otra PCR, electrocardiograma y ya no recuerdo cuantas cosas más. Todo por teléfono.

Pero la fiebre seguía acostándose cada noche conmigo, el 7; el 8; el 9; el 10; el 11… así hasta el día 21 que se despidió y como había llegado, si avisar. se fue. Pero entonces me llamaron del Hospital y, de nuevo, muchas más pruebas, más sofisticadas, más médicos hasta que una uróloga me dijo que creía haber descubierto el origen de mis males: un cáncer. Ingreso durante cuatro días para una operación y biopsia y vuelta a casa. Le citaremos cuando tengamos los resultados. Tres semanas después una llamada muy escueta: no tiene cáncer. Y hasta hoy.

Es curioso, siempre he sido un cobarde, pero es este proceso no he temido en ningún momento a la muerte que, me decían, estaba llamando a mi puerta. Creo que según voy cumpliendo años me estoy familiarizando con ella. Antes veía la muerte como algún muy lejano, algo que les llegaba a otros, algo ajeno a mí, ahora sé que está cada día un poquito más cerca y que ya no viviré decenas de años, como hasta ahora he vivido, que con un poquito de suerte viviré hasta que algún árbol caído me corte el camino.