Esta semana publicaba un diario local que, desde hace casi un siglo (1928), nuestra aldea, no había tenido un mes de agosto con temperaturas tan bajas. Desde que he leído la noticia estoy muy preocupado y no puedo conciliar el sueño. Un sentimiento de culpa corroe mi conciencia. Mi vecino del segundo B, el ecologista, en innumerables ocasiones me ha acusado de ser yo, por fumador, junto con los pedos de las vacas los causantes del llamado efecto invernadero. Tanto me lo ha repetido y tal era mi preocupación y mi zozobra de conciencia que, el mes de julio, arrepentido, decidí dejar de fumar. Ha bastado un mes desde que yo dejara de emitir humos cancerígenos para que las temperaturas se desplomaran…