Antaño, en los pueblos del noroeste, antes de la invención del frigorífico o el congelador, los labriegos guardaban el grano y otros productos de la tierra en cabazos. Allí estaban protegidos del ataque de los roedores, frescos, ventilados y aislados de los crueles rayos del sol.

Se medía la riqueza de la casa por la cantidad de pies que tenía el cabazo. Los cabazos de las familias más humildes solían tener dos o tres pares de pies, con cuatro ya comenzaban a destacar, pero los de seis, como éste de la fotografía, pertenecían a una familia con bastante riqueza.