Esta semana pasada he viajado a mis orígenes, a la Gallaecia, a refrescar mis remembranzas con el frescor del Nordés. Entre otras visitas, estuve en el Museo del Gaias; donde exponían un trabajo sobre la emigración, algo que se echaba en falta, ya que Galicia, junto con Irlanda e Italia han sido los pueblos que más han emigrado en el siglo pasado.
La exposición trataba de las aportaciones entre la Galicia exterior y la interior. Se mostraba, entre otros muchos objetos, una escultura San Marcos, patrón de Corcubión. Se desconoce quien la esculpió ni cuando la hicieron, pero sí sabe que fue en Venecia y que tuvo que ser traída a Galicia por mar; quizás algún marino medieval de esa localidad. La escultura nunca ha salido de Corcubión, pero dado que la exposición trataba sobre la emigración accedieron a cederla, pero con la condición de que el día que la devuelvan, la entreguen en los limites del pueblo, ya que las paisanos saldrán a recogerla para darle una bienvenida popular a San Marcos, no sea que vuelva enfadado por haberlo sacado de su casa.
Me comentó el comisario de evento que le extrañó ver los primeros días a un visitante que pasaba horas delante de la estatua. Al final habló con él, interesándose por su presencia continua. “Es que vengo a ver como está”. Siguieron departiendo hasta que al cabo de un buen rato se dio cuenta que no era la ubicación lo que le preocupaba al visitante, sino cómo estaba el Santo emocionalmente por haberlo trasladado. Al final, en la despedida le comentó: “Bueno ya no vuelvo más, me dice que está bien. Si necesita algo pídaselo porque es un santo muy “milagreiro»”.
Esto viene a cuento de esa cultura pagana en la que nos han educado a muchos gallegos y que por muy racionales que seamos, siempre nos deja un poso que, a algunos extraños, les cuesta comprender.
Yo siempre que viajo me encanta visitar los cementerios y éste que aquí te muestro, es en el que me gustaría pasar mi noche eterna. Pena que lo hayan vaciado y ya no admitan más huéspedes.