La antigua China veía en los farolillos no solo una fuente de luz, sino una manifestación tangible de la belleza efímera que impregna el tejido mismo de la existencia. En su danza de sombras y luces, los farolillos perduran como testigos silenciosos de una época en la que la búsqueda de la belleza se tejía en la esencia misma de la cultura, dejando un legado que sigue iluminando la imaginación hasta el día de hoy.