Si no nos muriéramos de viejos, o de enfermedad, creo que todos moriríamos de aburrimiento. Cada año se repiten las mismas estaciones de años anteriores, cada estación la mismas y en el mismo orden que el año anterior. Al año siguiente, vuelta a empezar.

Aquello que, dicen, que decía Einstein: “Dios no juega los dados” viene a ser, digo yo desde mi ignorancia, esta inmutabilidad del paso del tiempo. Quizá hubiera sido mejor que, al menos de vez en cuando, que al otoño le siguiera una nueva estación, una desconocida, y que el solsticio de invierno no alumbrara la Navidad y que las ardillas no estuvieran tan estresadas acumulando alimento para el invierno.