Las calles solitarias me producen una extraña atracción. Una mezcla de curiosidad y temor a lo desconocido. Esta calle de Hernastigarrieta es un buen ejemplo, Me gusta recorrerla por la noche, bajo la tibia luz de esas farolas que, más que iluminar, proyectan sombras fantasmagóricas. Me gusta, mientras recorro ese suelo pizarroso, imaginar el origen de cada uno de los ruidos que oigo, descubrir en las sombras depredadores animales fantásticos o, simplemente, sospechar que al llegar a la próxima esquina surgirá de entre las tinieblas algún desalmado para robarme o asesinarme.
Cuando al final de la calle llego a la taberna de Genaro, suspiro; no me ha ocurrido nada, mi valentía ha sido recompensada, ningún depredador, ni animal ni humano se ha interpuesto en mi camino y para celebrarlo me tomo una cerveza.