Varela16-01

Me llama la atención esa virtud de los animales, tan diferente a la humana, en torno a no manifestar sentimientos encontrados. Nuestros sentimientos son efímeros y contradictorios, hoy te juro que te amo, como nunca he amado a nadie y te amaré hasta la muerte.

Sin embargo pronto olvidamos esos días y podemos llegar a odiar a esa persona, como nunca hemos odiado a nadie y ese odio se mantiene, a veces, hasta la muerte.

Esos sentimientos encontrados los manifestamos con las cosas más triviales. A mí me ocurre, por ejemplo, con las gaviotas. Estos animales me despiertan admiración y, a la vez, aversión. Me encanta verlas volar, esa elegancia natural, me trasmiten una sensación de libertad y, en alguna ocasión, he llegado a inspirarme en ellas. Sin embargo, lo confieso, a veces las odio y hasta podría llegar a matar alguna sin ningún remordimiento de conciencia. En verano, en la época de reproducción, suelen anidar en el tejado de mi casa. No respetan mi sueño, incansables graznan durante la noche y los gemidos de los “ghillans” (desconozco como se denominan en español los polluelos de esta especie) similares al lloro de un niño, en ocasiones, me altera. Y lo más preocupante es la cantidad de deshechos que acumulan alrededor de su nido y que ya en una ocasión me han causado una inundación en mi casa.

Pero ahora estamos en invierno y me encanta verlas, admirarlas y hasta fotografiarlas. Esta joven aún no ha cambiado el plumaje, ni ha teñido de amarillo su pico y sus patas, ni ha alcanzado esa elegancia que le dará la madurez, pero me agrada, me encanta verla en la orilla, observando, aprendiendo, madurando.

Quizá mañana la odie, pero hoy esta gaviota me ha despertado morriñas. Y la admiro.