
Debo estar haciéndome viejo. No lo digo por mi aspecto, ya que cada mañana cuando me miro en el espejo, me veo como siempre. No es que vea a un chaval, pero tampoco veo un anciano. Si digo que me estoy haciendo viejo es exclusivamente por una nueva costumbre que he adquirido, cada día, bien por la mañana o bien por la tarde necesito llegarme a la ribera y ver el mar.
Esto me recuerda a los ancianos de mi niñez, viejos marinos que cuando cesaban en sus singladuras, todos los días se acercaban a la costa y sentados frente al horizonte pasaban horas, imagino que reviviendo viejas batallas. Y ahora me pasa a mí lo mismo. Necesito acercarme cada día a saludar al océano, es más, tengo la impresión que cuando falto algunos días la mar se enoja y se muestra mucho más combativa.