Hoy de madrugada, aún no habían dado las nueve, me ha despertado el bullicio de unas voces femeninas. Asustado me he asomado a la ventana, eran mis vecinas. Tras siete meses lloviendo hoy, a primera hora, se ha asomado el sol en el cielo. Mis vivarachas vecinas, eufóricas por la novedad se han avisado una a otra a gritos y todas, tras hacer la colada, han bajado al jardín para tender la ropa. Al sol la blancura de las sábanas recupera su color natural.
La hierba aún húmeda y salpicada de hojas secas del invierno no ha sido un impedimento para festejar la llegada de la ansiada primavera, acostando sobre ella las sábanas recién lavadas. No suele ocurrirme, pero te confieso que me han dado envidia, pero era tan temprano que, perezoso, me he vuelto a la cama, he pensado que después de comer lavaría yo mis sábanas y las tendería al sol por la tarde, cuando mis vecinas ya hayan retirado las suyas.
Puntual me he levantado, como siempre, a las diez y media, me he desayunado, aseado y he salido a dar mi paseo matutino, a mi vuelta, mientras cocinaba he puesto la lavadora y tras la sobremesa, antes de acostarme para la siesta he decidido asomarme de nuevo a la ventana.
Mis vecinas en ese momento recogían su ropa. Ésta es la mía, me he dicho y me he dispuesto a bajar al jardín a tender las sábanas. Mientras bajaba las escaleras he oído los truenos, y al llegar abajo ya diluviaba de nuevo. Hoy dormiré con las sábanas húmedas.