He estado pasando unos días en Pedregal de los Altos Minaretes; del tiempo que hemos sufrido, ni te hablo; para que lo entiendas bastará con decirte que no le deseo ese tiempo ni al más infame de mis amigos.
Pedregal es una pequeña localidad que se recorre en unos veintisiete minutos, así que si quieres recrear tu mirada estás obligado a subirte al coche y visitar las pequeñas localidades que lo circundan.
Una mañana en que amaneció con una niebla espesa, con nieve intermitente, viento racheado del norte y una humedad que te calaba hasta la osamenta, me aventuré a visitar la turística “Civitas Parva”. Ni un alma por la calle, sus monumentos desangelados, sus bares cerrados. Sólo yo, abrigado hasta los piños postizos, se aventuraba a pasear por sus calles, Yo y un caballero que, obligado, paseaba a su mascota.
Me miró con cara de extrañeza. Yo que soy muy educado lo saludé deseándole un buen día. Se giró y se alejó, apresurado, de mí. Mientras iba poniendo distancia se giraba y me miraba para constatar que no lo seguía. Debía pensar que yo sería algún loco suelto. Y no le faltaba razón, porque sólo a un demente como yo se le ocurre visitar una ciudad a menos tantos grados bajo cero.
Y así estoy, en la cama con cuarenta y muchos grados de fiebre.