A veces, sólo algunas veces, cuando miro al mar y lo veo embravecido, sueño o, más bien, debería decir tengo una pesadilla. Me viene a la memoria mi padre, con sólo once años, luchando contra la tempestad en su primer naufragio. Dicen, yo no lo sé, que antaño se madura antes, que un niño de diez años ya era un hombre, y como adulto embarcaba, y como adulto sucumbía si la diosa fortuna le daba la espalda.
Lo intento, te juro que lo intento, pero no logro ponerme en la mente de un niño, o un adulto, de once años que aun sin florecer a la vida, un naufragio pueda robarle su primavera. Nunca me habló de ello, ni me hablo de otros naufragios que también padeció ya siendo un hombre, tuve que descubrirlo yo cuando él ya descansaba en su sepultura.
Hoy la mar estaba furiosa, bramaba, reventaba, embestía… y yo, de nuevo, revivo la pesadilla.