Durante estos últimos años, cientos de miles de patriotas rusos y ucranianos han estado matándose y muriendo en nombre de sus respectivas patrias, reclamando como propias unas tierras que, ambos, afirman ser suyas. Hace unos días a miles de kilómetros de sus patrias, en un lejano país en el que nunca habrán estado ni los muertos de ambos bandos, ni la mayoría de sus familias, en unas elecciones democráticas ha sido elegido un caballero que ha decidido (obviamente sin consultar a ningún soldado), que hay que poner fin a la guerra. Ha descolgado el teléfono y ha llamado a los dos políticos que presiden los países en guerra y, al parecer, en breve, se pondrá fin a la matanza de los parias, de ambos países, que han sido movilizados con proclamas patriotas para defender el suelo patrio.

¡Malditas patrias! Malditas las voces que las ensalzan. Los muertos han sido enterrados y dentro de dos días, ya nadie, y en ese nadie también estamos tú y yo se acordará de los muertos.

Como decía Don Quijote: “A quién se humilla, (sólo) Dios ensalza.” Esperemos que así sea y haya un Dios que se acuerde de todos los parias que mueren en las guerras en nombre de la Patria.