Yo nací y me crie en un barrio obrero, o mejor, marinero. La gran mayoría de los vecinos de aquel barrio eran venidos de fuera, en concreto, de Galicia y se conocía, entonces, aquel barrio como la quinta provincia gallega.
Recuerdo como cuando salíamos del barrio había xenófobos que en tono peyorativo nos llamaban “gallegos”. Con el tiempo otras oleadas de obreros llegaron a otros barrios, eran extremeños y sin que nosotros, ni ellos, hiciéramos nada, las fobias de los racistas cambiaron, dejaron de perseguirnos a los gallegos y se centraron en los que ellos llamaban cacereños (aunque fueran de Badajoz) o, incluso, cosas peores: manchurianos, coreanos…
Pero la Historia no se detiene y con el tiempo, arribaron otros obreros, o marineros, venido de un poco más lejos, los portugueses y fueron ahora estos los destinatarios de las miradas de reproche y los comentarios desafortunados. Pero la vida continúa y llegaron los latinos y se convirtieron estos en los nuevos parias y los sectarios los bautizaron como sudacas, aunque fueran de Centro o Norteamérica,
Con los asiáticos, bautizados todos como chinos, curiosamente siendo la comunidad que más aislada se ha mantenido, han sido, por el contrario, los menos despreciados. Así el testigo, como en una carrera de relevos, nos lo hemos ido pasando unos a otros, siendo los últimos en llegar los que se llevan la peor parte.
Los europeos, salvo los rumanos, han salido bastante bien parados y no han sufrido las iras de los fanáticos integristas. En los últimos años dos comunidades son la diana de los recalcitrantes racistas: los subsaharianos y los magrebíes. Estas dos comunidades tienen rasgos de fácil identificación, los unos tienen la piel negra y los otros debido a los preceptos de su religión, utilizan, sobre todo ellas, unas vestimentas que las tipifican. Y, obviamente, aquí y ahora, son el blanco perfecto para los ataques de los xenófobos.
Siempre hemos oído que el racismo era cosa de gringos, de nórdicos, de… todos menos de nosotros. Aquí todo el mundo dice; yo no soy racista, pero… Y es, precisamente, ese “pero” el que define nuestros prejuicios. Hoy Trintxerpe ya no es la quinta provincia gallega, es un crisol de razas, de culturas, de tolerancia y, entre otras muchas cosas, es una de las razones que me hacen sentir orgulloso de ser trintxerpetarra.