Para un español acostumbrado a esa ilusoria ética de lo políticamente correcto, donde todo el rebaño afirmamos nuestro convencimiento de pacifismo, pero que en realidad somos uno de los países más cainitas del orbe, llama la atención cuando llegas a una nación que sus fuerzas armadas se restringen a unos pocos guardacostas para defender el pan —o pescado— del que se alimentan todos los ciudadanos del país, tenga sólo una cárcel y ésta esté actualmente sin inquilinos.
Y aún te extraña mucho más que este estado que no entra nunca directamente en guerra, aunque las apoye sin titubeos cuando la consideran justa, hayan derogado, sólo hace un par de años, una ley vigente desde hace siglos, en que se permitía legalmente matar “vascos”.