Hay días en que siento una sensación desgarradora, pierdo mi fe en la Humanidad o, por lo menos, en esa Humanidad que habita nuestra Península Ibérica. Vivimos en un país donde la cifra de estúpidos es mayor que la cifra del paro. Y si nuestra cifra del paro es la mayor de Europa, me temo que la cifra de estúpidos será la mayor del mundo.
Hace unos años en Donosti tuvieron que tapiar los pretiles de un puente porque al parecer, hasta para suicidarse, hay muy poca originalidad y se puso de moda lanzarse al vacío desde el mismo puente. Esta forma inconsciente de pertenencia al rebaño se da en decenas de situaciones, alguna muy trágicas como puede ser las agresiones grupales a mujeres desde que se popularizó la actuación criminal de la “manada”, el asesinato cobarde de hijos para herir a la exmujer…
Este mes la imitación ha tocado a los pinchazos en fiestas, bailes y concentraciones de juventud. Y en muy pocos días se ha extendido por toda España, incluidas las nacionalidades independentistas que, al menos en esto, no se diferencian del resto. Esta vorágine de imitadores me recuerda a esos remolinos que se forman entra las corrientes de mares y ríos y que todo se tragan.