Tenemos muy asumido que aquello que vemos hoy es algo normal, cotidiano o rutinario que, inconscientemente, pensamos que siempre ha sido así. Pero la realidad es muy distinta. Cada día se producen pequeños cambios casi imperceptibles que con el paso del tiempo resultan ser grandes cambios cualitativos.
Ya los filósofos presocráticos —Parménides y Heráclito— discutían sobre ello: Todo cambia versus Nada cambia. Imagina por un momento que tu abuelo, o el mío, vieran a este caballero paseando relajado al niño en su cochecito, donde además del paraguas lleva la compra y alguna otra bolsa, asimismo camina distraído mirando —ni tan siquiera oyendo— el teléfono, mientras escucha algún podcast con un pequeño auricular colgando de sus orejas y pasa por delante de una pared atestada de grafitis.
Nuestros abuelos ni tan siquiera conocían muchas de estas palabras que acabamos de escribir: teléfono, podcast, auricular, grafiti…
Y si todos estos cambios se dan en una escena habitual y rutinaria, cuantos se darán en situaciones más complejas, como en la tan de moda actualmente: la guerra.