Hay quien afirma que son los animales domésticos: perros, gatos, gallinas… los que más se benefician de vivir cerca de los humanos. Yo discrepo, creo que los más beneficiados son las ratas, las palomas o las gaviotas los que mejor saben vivir a cuenta de nuestras contradicciones, se aprovechan de nuestros despilfarros, de nuestras construcciones e incluso, de nuestra falsa moral.

Estos no han perdido su libertad —como los otros—, a pesar de vivir sobre, o bajo, nosotros.

En una plaza que hay cerca de mi casa, nuestros egregios gobernantes han colocado un cartel avisando a la ciudadanía que está prohibido y se castigará con una multa a quien alimente a las palomas —le han cogido gusto a declinar le verbo prohibir en primera persona—. Como si las palomas, como las ratas o las gaviotas, necesitaran que alguien las alimente, se sacian y se multiplican sin que nadie se tome el trabajo de darles de comer. Les llega, y les sobra, con toda la mierda que tiramos.

El invierno pasado se me inundó la casa por culpa de las gaviotas que anidan en primavera en el tejado; una vez que cae la noche mi vecina no se atreve a bajar la basura por miedo a las ratas que se pasean por las aceras y, hoy, yo he tenido que tapiar la ventana de mi casa por culpa de las palomas que no me dejan dormir.