Mi mente siempre se ha sentido dueña de su destino, nunca ha arraizado en lugar alguno, es libre, vuela, y más que por razonamientos se deja conducir por su intuición.
Mi cuerpo siempre ha sido de allí donde se encontraba, no tiene patrias, ni himnos, ni banderas, llora o ríe donde otro humano llora o ríe.
Pero mi alma pertenece a un lugar perdido en el fin del mundo, un lugar donde el tiempo se detiene, donde el sol llora antes de sumergirse en el fondo del océano para descansar durante la noche en un rincón sereno. Es un lugar melancólico que no acapara titulares, un lugar que mira al mar azul, de nieblas matutinas y días de interminables lluvias. Y es allí, cuando esta efímera vida se diluya, donde deseo descansar para el resto de la eternidad.